He creado este diario para mi propio desahogo y registro pero no lo uso. Cualquier tarea se antoja más atractiva que el contar, cuando contar siempre ha sido mi mayor alivio.
Joaquín empezó a hablar muy temprano. Con un año ya decía palabras sueltas y a los dos frases completas y a los tres historias. Desde entonces no ha parado de hablar conmigo. Cuando era más pequeño decía que si no me contaba algo, se le quedaba en la cabeza y no le dejaba tranquilo.
Llevo nueve años con mi cabeza llena de historias de Joaquín, descripciones de personajes, chistes y bailes de celebración por casi cualquier cosa. No le interesa mucho narrar sobre lo que le ha pasado, le interesa contarme lo que imagina. Le interesa la ficción.
Yo narro sobre lo que siento. Llevo haciéndolo también mucho tiempo. Cuento anécdotas por lo que sentí, para recuperar lo que sentí. En mis clases, sin embargo, narro en primera persona el viaje hacia dentro: lo que veo, lo que sucede dentro de mi cuerpo. Un diario del alma, como decía Virginia Woolf.
Hoy aún no ha pasado nada, porque es temprano, y aún no he abierto la ventana.